miércoles

         Mi viaje es distinto. Durante años soñé con irme, como mi G. un personaje de una novela mía. Todo lo que pueda identificarme o identificar a mis amigos inmediatos, etc. lo escribiré con iniciales. G. se larga y deja de ser un alguien para ser literalmente un jaramago universal, que decía Ortega (me gusta Ortega, aunque me resulte pedante. Lo he leído y algunos de sus planteamiento, por él o por su discípulo Julián Marías…, los he hecho míos. Es cierto). Queremos dejar rastro. Unamuno lo llamaría trascender. “Que no se pierda el apellido de la familia”, decía aquel pobre hombre poco antes de cruzar el vestíbulo de la muerte. ¿Qué eco tienen nuestros hechos y nuestras palabras, nuestras vidas? Dígame el nombre de treinta personas que fueran coetáneas de los Reyes Católicos y que no estén recogidos en los libros de historia de la ESO y le doy mil dólares… ¿Ninguno? Repito: ¿qué eco tienen nuestras obras? Sí, en la eternidad de Dios que todo lo sabe. Cierto; mas… largo me lo fiáis, como decía el insobornable julandrón del señor Tenorio (eso dicen ahora, que él era el más tierno de la pareja, el conquistado y no el conquistador).
    Hoy he salido por primera vez de excursión, digamos. Es una especie de prueba para mis planes. Ahora mismo me he parado un largo rato junto a unas rocas enormes. Las he subido por el mero gusto de alcanzar su escasa altura. Llevo un tiempo. Amaneció hace rato. Respiro a todo pulmón. Me empuja mi afán por marcharme. Lo anhelo. Me observo de continuo, como nunca quizá lo hice. Carecí del tiempo para auto-observarme, auto-auscultarme… He andado dos horas. Llevo el peso que calculo que portaré cuando me marche definitivamente. Es razonable, entiendo.
    Desde la altura del peñasco veo abajo unos conejos que salen y entran de sus agujeros. Delibes usaba la palabra hura y nosotros los llamamos así: agujeros, sin más, bujeros quienes no alcanzan más allá ni tienen por qué; madrigueras, paneles los llaman otros… Es curioso lo pequeños que parecen los conejos cuando se mueven en el campo. Muertos, en las manos, son más grandes. Me da la impresión de que se contraen. Los he cazado a cientos. Hoy los miro sin más intención que observarlos, que contemplarlos. Con la escopeta se podría hacer una carambola fácil. Se han juntado hasta tres en la misma línea de tiro. Pobrecillos. ¡Qué ignorantes están de que los observo! ¿Será así, Dios mío, el modo en que Tú nos miras a los hombres? Entre la pena, el cariño… Un gesto brusco, no excesivamente amplio, lo sé, y todos los conejos desaparecerán en un momento. Todos se largarán… ¿Tú por qué no te manifiestas…?
    Las botas no me molestan. El pantalón me está cómodo. Si puedo -lo anoto-, me llevaré mis gafas de sol graduadas: el sol me molesta mientras ando. También he anotado una gorra o un gorro para la lluvia: algo sencillo, nada del otro jueves. Apenas llevo comida. Quiero también ver cómo soporto el hambre. Recuerdo haber pasado hambre en mi niñez por falta de cálculo: almorzar poco y merendar muy tarde; dolía de forma lacerante el estómago. Creo que desde entonces no he vuelto nunca a padecer hambre. Sed, sin embargo, sí que la he padecido: al cazar, en la mili pasé mucha sed en el campamento dichoso. A ver cómo aguanto a mi edad.
    (Desde lo alto de la piedra me acuerdo de L.C.D. que lo mató un coche. Un triste Dos caballos de comienzos de los ochenta del siglo pasado. Le dio un golpe. Se le clavaron unas costillas. Él que se jugó, por el mero hecho de subir, el pellejo a montes inmensos en toda España, estuvo en el Atlas, en los Alpes… En el Eiger se sacó un hombro en una caída que le pudo costar la vida. Apostaba a la montaña su vida. Su muerte fue una ironía ¿de quién o de qué?).
    He caminado toda  la mañana sin rumbo fijo, de forma caprichosa. Mi plan no está en moverme en el monte, por el campo, sino en las ciudades. Cambia mucho el asunto. Aquí me paro, me acomodo y leo o escribo un rato en mi tableta. Es curioso el acuciante deseo por leer poesía, a determinados poetas. Jorge Guillén, Altolaguirre, el Juan Ramón de Arias tristes, el Machado de Campos de Castilla… En la ciudad podré irme a las bibliotecas públicas (he pensado que en ellas me puedo conectar a un wifi libre; puedo bajarme otros libros; me puedo asear en parte; puedo defecar en ellos: la experiencia me dice que no son sitios muy cuidados, pero tendré que acostumbrarme. Las Facultades de las universidades también son sitios idóneos… Para ducharme he pensado en pagar la entrada a un espacio deportivo: pagar por practicar un deporte que no haré, por lo más barato y poder hacer uso de las duchas…).
    Todo esto que pienso refleja muy bien el tono que ha tenido mi vida de amarrar todo mucho. Ahora mismo me paro y pienso que necesito una serie de pautas no sé si llamarlas ascéticas o algo así para mantener cierto nivel humano y no descender a la altura de la basura humana:

-    no beberé alcohol;
-    me afeitaré cada dos días como muy tarde;
-    procuraré tener las uñas limpias;
-    me mostraré siempre educado sin sumisión perruna;

     Si tengo las uñas limpias y el rostro afeitado, tendré también la ropa limpia…
    Mucho antes de anochecer he buscado un sitio idóneo donde poder pernoctar. Tras una piedra inmensa, donde el aire corta, me he instalado. He juntado un buen brazado de mala leña. He encendido un fuego. He montado una pequeña tienda unipersonal, que no llevaré cuando me marche definitivamente. He encendido la lumbre a una distancia idónea para evitar que cualquier pavesa pueda venir hacia la tienda y tengamos leches. La noche es inmensa. Escasos y esporádicos sonidos. A lo lejos un pueblo ilumina el cielo y se muestra titilante en la campiña. Ignoro qué pueblo es y rechazo el hacer conjeturas para averiguarlo. Me da lo mismo. Hace fresco, pero no llega a frío. Me he abrigado bien. Las camisetas que uso contra el frío son excelentes. Ahora el material que hay es inmejorable.
    Me meto en la tienda. Me iba a hacer una infusión, que me calentara el estómago, pero me limito a comer un poco de chocolate. Me quito las botas y los pies descansan: esa sensación de expansión la conozco, pues estoy acostumbrado a vivirla tras todo un día de caza. El sol se ha ido sin ninguna puesta espectacular. Se ha largado como la vida, sin alharacas, poco a poco. Mi vista se ha ido acostumbrando a la oscuridad y a la poca luz que desprende la lumbre. La leña que he recogido es mala. Con una aulaga me he pinchado en la mano. En el saco de dormir me meto. Estoy cansado. Me acomodo lo mejor que puedo para seguir escribiendo, pero esto ni mucho menos es cómodo. Apago la tableta y me duermo pronto. El viento no comparece. No oigo nada.
      Me he despertado durante la noche un sinfín de veces. He sudado mucho. La espalda me dolía. Al despertarme me he asomado a ver qué tal está el día. El hombre del tiempo habló de posibles nubes, quizá de chubascos… Está nublado y la lumbre apagada. Me apetece un café caliente, pero no he traído. Me levanto no sin dificultad. Dormir con la ropa no me agrada, pero lo he hecho para probar… Mal resultado. Tengo sensación de guarro. Intento avivar una lumbre que no da calor. Es sólo un montón de polvo blanquecino: “Polvo eres y al polvo volverás”, me acuerdo de pronto. Me pongo las botas y pongo todo mi empeño en encender la lumbre. Creo que no hace frío, pero tengo sensación de que me da frío. Me pongo un polar. La lumbre prende, crece, crepita. Echo casi toda la leña que tenía.

domingo

    Me largo de viaje. Lo hago como reacción. Mi viaje no tendrá retorno. Me rindo. Durante toda mi vida, hasta la fecha, he hecho lo que debía hacer. Así: de forma imperativa. Lo que debía hacer. Me he cansado, me he agotado. Me largo de viaje como quien tira la toalla, como quien se corta la venas, se ahorca o cabalga para siempre con el último pico de caballo indeseable, imparable, hacia la nada, la eternidad, o el cielo… No habrá vuelta. Bien es cierto que deserto de mi presente y mi circunstancia. Busco y espero hallar otro tenor en mi vida. Quiero, quisiera disponer de mi tiempo, sin que mi actividad afecte negativamente a quienes me han conocido en mi actual circunstancia. Pido, como Blas de Otero, la palabra, pero no deseo decir la palabra pertinente que todos, quienes me quieren, quienes me rodean, esperan…, sino mi palabra más allá de lo esperable. Mi silencio. También quiero ejercer mi derecho al silencio. Callar durante el tiempo que requiera, que considere necesario, sin que me empuje ninguna realidad… Pido la libertad de poder hablar o callar, escribir o no, lo que me dé la real gana sin que por ello se levanten ampollas, se produzca alboroto, haya escándalo real o farisaico.
    Escribo como Santa Teresa: sin orden ni concierto. Siento repetirme. Siento que la cohesión del texto… sea lábil, que no haya orden. Así es la vida, cuando se va de viaje, cuando se va deprisa… no hay tiempo ni lugar para resolver con el refinamiento que las relaciones humanas requieren. Saldrán informes costurones y hábiles suturas. Cicatrices que aprovechan la arruga y rajas que la atraviesan. Si tienes cierta edad, mírate en el espejo y verás que tales son las marcas que la vida deja.
          Irrumpo en este espacio para dar rienda suelta a una experiencia vital que vivo-viviré-he vivido-estoy viviendo. Deseo escribir aquí como pienso, que no como hablo. Cuando escribo como hablo pretendo que los demás me comprendan, me entiendan, convencerlos, comunicarme. Cuando pienso me dirijo a mí mismo que me comprendo bien. Me conozco.
     
         En este blog no hay filigrana. Lo parnasiano, lo discursivo, lo formal… quedará ya, si todo se cumple, para nunca. Seré muy franco. Gidé, cuando dijo que escribiría sólo para su obra póstuma, dejó de escribir. Aquí escribo para almacenar. El hombre es un bicho, en este sentido, pariente de la urraca. Guarda en el nido lo que puede. Aquí es más fácil y llevadero que en los cuadernos que usaban Hemingway y todos los niños bien que vinieron de viaje a ver cómo se mataban mis abuelos como conejos en el 36. Bien pudieron quedarse en su puto pueblo. ¿Quién coño les dio vela en nuestra carnicería? Con su gomita, su marcapáginas… A dólar la palabra. Hoy es más fácil guardar lo que quiera en este blog. A nadie le he dicho que existe. (Si tú lo estás leyendo es por pura casualidad: has llegado aquí como Colón a América, por error. Ignorabas que estaba aquí).