domingo

    Me largo de viaje. Lo hago como reacción. Mi viaje no tendrá retorno. Me rindo. Durante toda mi vida, hasta la fecha, he hecho lo que debía hacer. Así: de forma imperativa. Lo que debía hacer. Me he cansado, me he agotado. Me largo de viaje como quien tira la toalla, como quien se corta la venas, se ahorca o cabalga para siempre con el último pico de caballo indeseable, imparable, hacia la nada, la eternidad, o el cielo… No habrá vuelta. Bien es cierto que deserto de mi presente y mi circunstancia. Busco y espero hallar otro tenor en mi vida. Quiero, quisiera disponer de mi tiempo, sin que mi actividad afecte negativamente a quienes me han conocido en mi actual circunstancia. Pido, como Blas de Otero, la palabra, pero no deseo decir la palabra pertinente que todos, quienes me quieren, quienes me rodean, esperan…, sino mi palabra más allá de lo esperable. Mi silencio. También quiero ejercer mi derecho al silencio. Callar durante el tiempo que requiera, que considere necesario, sin que me empuje ninguna realidad… Pido la libertad de poder hablar o callar, escribir o no, lo que me dé la real gana sin que por ello se levanten ampollas, se produzca alboroto, haya escándalo real o farisaico.
    Escribo como Santa Teresa: sin orden ni concierto. Siento repetirme. Siento que la cohesión del texto… sea lábil, que no haya orden. Así es la vida, cuando se va de viaje, cuando se va deprisa… no hay tiempo ni lugar para resolver con el refinamiento que las relaciones humanas requieren. Saldrán informes costurones y hábiles suturas. Cicatrices que aprovechan la arruga y rajas que la atraviesan. Si tienes cierta edad, mírate en el espejo y verás que tales son las marcas que la vida deja.

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